domingo, 10 de abril de 2016

EL “NIÑO” Y LA ESCUELA (Gustavo Villamizar D.)

Les dejo este artículo "El niño y la escuela" escrito por el profesor Gustavo Villamizar Durán, publicado hoy 10 de abril de 2016 en el Diario La Nación, diario impreso en San Cristóbal, estado Táchira, Venezuela.

En este artículo, Gustavo Villamizar hace una crítica bastante certera sobre lo que él llama "la paralización de la práctica pedagógica escolar" que asfixia y reprime el ansia de conocimiento de los muchachos, alejando la práctica del proceso de enseñanza - aprendizaje de la realidad que circunda la institución educativa.

Señala Gustavo la responsabilidad directa del docente, pero hace referencia también a la "responsabilidad política y administrativa" de quienes tienen a su cargo las instituciones que dirigen el sistema educativo en el país y las regiones.

No les cuento más; ahí les dejo. Leanlo y si tienen algo que comentar háganlo y no duden en hacerle llegar su comentario al profesor Gustavo a su correo electrónico gusvillam@gmail.com o a su cuenta en Twitter @GusvillamD.

EL “NIÑO” Y LA ESCUELA
Por: Gustavo Villamizar D.

Nuestra escuela, así  lo plantea Francesco Tonucci, se ha convertido en una “campana de cristal” que corta cualquier relación del educando con la realidad, con su entorno. Nuestras instituciones caracterizadas por una rutina de inacción y administración de la repetición, ven pasar la vida, los fenómenos naturales, las bondades y los males de esta sociedad, sin parpadear, sin intentar por lo menos acercar a ella a los niños y jóvenes que se aburren a diario con actividades soporíferas, casi siempre irrelevantes. Tonucci, quien además de pedagogo es un gran dibujante, expresó el terrible aislamiento de la escuela a través de una gráfica, en uno de sus libros,  en la que un niño le dice al maestro: “Maestro, está comenzando el eclipse” y este le responde: ”Enciende la luz para  continuar la clase”.  Y es que, desde hace rato, la práctica escolar cotidiana está evidentemente distanciada de la realidad que circunda la institución y claro,  de la innovación y la búsqueda de alternativas para enseñar y aprender.

En mi carácter de fisgón, para no hablar de cosa tan seria como la investigación, me dio por averiguar con algunos chamos si en su escuela les han hablado o han realizado algún trabajo en torno  al llamado fenómeno “El Niño”, esa alteración climática que se origina por el calentamiento irregular de las aguas del océano Pacífico y que se refleja en severas sequías o en copiosas lluvias que producen grandes inundaciones y que repercuten severamente en la mengua de los servicios  de electricidad y de agua potable. La respuesta negativa fue haciéndose generalizada y por supuesto, el desaliento iba creciendo.

“A mi me pagan por dar clase, no por enseñar”, oí decir a una docente en medio de un conflicto salarial. Entonces, comprendí por qué la paralización de la práctica pedagógica escolar, por qué la rutina asfixiante y por qué la eterna excusa de “el programa me obliga”, cuando hace tiempo que en ellos se establece, así como en los textos de la Colección Bicentenario, su carácter de guía general y no de rígido corsé. Hay en nuestras aulas un terrible sopor que ahoga el ansia de saber de nuestros muchachos, obligados a repetir y copiar, sin posibilidades de experimentar o habilitar vías para su aprendizaje.    

Frente a tan consternante circunstancia, en medio de la dureza con que nos ha castigado este fenómeno climático, uno se pregunta: ¿Habrá alguna oportunidad más  precisa para acercar a los alumnos a la comprensión de su entorno, observar la gravísima problemática ambiental, advertir el  riesgo mayor de no sobrevivencia que enfrenta el planeta y la especie humana? ¿Cómo sembrar en niños y jóvenes el apego a la naturaleza y su conservación, a partir de la modificación de los modos de vivir y la negación del consumismo irrefrenable? ¿Cómo alentar en ellos su opción por una humanidad respetuosa del equilibrio natural, si se desperdician estas propicias ocasiones?

Por supuesto, que aquí corremos el riesgo de señalar inmediatamente a los docentes como responsables directos de este desatino y lo son, pero el peso mayor de esta situación no puede achacársele solo a ellos,  hay que confrontar, por su responsabilidad política y administrativa, a las autoridades educativas del país y las regiones. En Venezuela tenemos un Plan de la Patria, convertido en ley, que establece en su objetivo histórico V  “Contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la especie humana”. Igualmente, se incorpora en él la noción de eco-socialismo como modelo básico de desarrollo nacional, frente al modelo depredador del mercado. De manera que no hay justificación para que en medio de la crudeza de esta alteración del equilibrio climático, se invisibilice y pase absolutamente inadvertida en nuestro sistema escolar. De esta forma, para ponerle un punto sarcástico, también nuestras futuras generaciones, ante fenómenos tales, responderán como nuestra oposición: “eso es culpe Maduro”.       

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