miércoles, 23 de marzo de 2016

El Cocuy.!

Aquí les dejo el link para que revisen este  excelente artículo, lo encontré en mi muro del Facebook compartido por el pana Paolo Rojas, sin duda el cocuy es una bebida que encierra una profunda carga mágico - religiosa, una bebida con identidad propia que de manera sincrética nos conecta con nuestro origen.

"El cocuy no emborracha, el cocuy nos pone mágicos" oí decir una vez en Lara. Ciertamente desde que probé el cocuy hace unos 8 o 9 años, me hago acompañar por esa bebida cada vez que puedo o que la ocasión lo amerita.

El cocuy alegra y motiva, cada vez que se "rueda el palo" de cocuy, el grupo se unifica, sin importar cual sea el tema de conversación, el cocuy y su magia hacen que la conversa se ponga sabrosa.

“Para beber cocuy, uno no se debe apurar mucho. Beba un palo y se aguanta un poquito”. Así se bebe el cocuy: aguantaíto. ¡Salud!"

https://noticiasfalcon.wordpress.com/2014/08/24/todo-sobre-el-cocuy-el-licor-tradicional-venezolano-que-se-toma-aguantaito/

lunes, 14 de marzo de 2016

¡LAS SUGERENCIAS DE GUSTAVO! (parte III)


"Chávez entrará a la mitología de los altares callejeros"
Por: Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
Sábado 03 de diciembre de 2013 

El reconocido escritor William Ospina, quien en reciente columna llamó a Hugo Chávez “un gran hombre que ha intentado abrir camino a un poco de justicia en un continente injusto”, habla de su polémica posición, contraria a la mayoría de los establecimientos sociales de Colombia y Venezuela, en momentos en que el mandatario se debate entre la vida y la muerte.

Cecilia Orozco Tascón.- Sorprendió el carácter beligerante y muy político de su columna del domingo pasado ¿Por qué cambió radicalmente de tema y tono?
William Ospina.- Me agrada escribir sobre libros, sobre cine, sobre viajes, pero también me apasiona la política. Cada cierto tiempo, cuando los temas me afectan, escribo columnas como la del domingo, asumo posiciones, y me gusta que sean claras. 

C.O.T.- En la defensa que hace allí de los gobiernos de Cuba y Venezuela, compara sus elecciones con las de Colombia y sugiere que las contiendas en esas naciones pueden ser más democráticas que las de aquí donde se “compran y arrean” votantes. Sin embargo, hace caso omiso de los argumentos de quienes acusan a esos regímenes de recortar las libertades.
W.O.- Yo no afirmo que Cuba y Venezuela sean necesariamente más democráticas que Colombia. Digo que sus elecciones victoriosas resultan siempre más sospechosas. Y afirmo que Colombia no es tan democrática como se pretende. Eso aquí lo sabemos todos, no es un descubrimiento mío. Sin embargo nadie descalifica a los gobiernos de Colombia por su precaria democracia, como sí lo hacen todos los días con los gobiernos de Cuba y de Venezuela. Ahora bien, ni en Cuba ni en Venezuela hubo en los últimos treinta años las masacres y los holocaustos que ha habido en Colombia.

C.O.T.- Usted también es crítico de buena parte de la prensa latinoamericana de la que sostiene que “ha hecho un gran esfuerzo” por hacer ver como equivocados a Cuba y Venezuela por ser países contradictores de los Estados Unidos ¿Cree que los medios del continente se someten tanto a los intereses norteamericanos como, según usted, lo hacen los gobiernos de muchas naciones?
W.O.- Cuando yo era niño, la radio vertía ríos de odio contra la revolución cubana. De mis ocho años recuerdo la frase repetida todos los días: “Cuba, la perla de las Antillas, convertida hoy en el infierno rojo de América”. El proyecto cubano era generoso. Los Estados Unidos con su bloqueo impidieron que ese proyecto se abriera camino, y después lo acusaron de fracasar. Miremos el comienzo del gobierno de Chávez. Ya se opinaba sobre él lo que siguen diciendo, mucho antes de que se reeligiera, cuando apenas llevaba un año, cuando llevaba cinco, cuando llevaba siete. Y en esas descalificaciones había elementos clasistas, racistas. Ahora bien: no creo que la prensa conspire sistemáticamente pero hay inercias informativas, prejuicios que se eternizan, y no todos los medios son templos de la democracia. 

C.O.T.-  Llamar a Chávez “un gran hombre que ha amado a su pueblo” ¿es, tal vez, una afirmación  inspirada  en la susceptibilidad que produce la batalla por la vida que él está dando en estas horas difíciles?  
W.O.- Para aceptar que Chávez es un gran hombre no se necesita quererlo ni admirarlo: el mundo entero está pendiente de su vida o de su muerte. Y en cuanto a que ha amado a su pueblo, se siente. Sería absurdo que yo dijera eso porque él esté enfermo. Lo digo porque lo veo. Y eso no significa que todo lo que él haga sea correcto. No lo voy a graduar de pontífice.

C.O.T.- Pero admita que su columna es una alabanza sin ninguna crítica para él.
W.O.-  No se trata de una alabanza sino del reconocimiento al valor que advierto en una política general. Tampoco es un análisis de una obra de gobierno.  Resumo lo que dije en la columna de esta manera: Venezuela es el único país de América Latina en donde los pobres están contentos y los ricos están molestos. Eso debería significar algo.

C.O.T.- Para justificar las reelecciones de Chávez usted asegura que “en Colombia llevamos doscientos años reeligiendo al mismo tipo con caras distintas pero con exactamente la misma política. El único un poco distinto era Álvaro Uribe, sólo porque era un poco peor”. Uribe, a quien usted critica, se hizo reelegir una vez y Chávez tres ¿Cómo explica esa aparente contradicción?
W.O.- Creo que por hacer una frase he sido un poco injusto con Uribe. En realidad, en Colombia los peores son varios. Y Uribe hizo algunas cosas útiles. Aunque muchos de mis amigos de izquierda lo odian y no le reconocen nada, el país era más inhabitable cuando Uribe llegó al poder ¿Para qué negar que él les devolvió la tranquilidad a unos sectores de la sociedad y a unas regiones? Ya sabemos que no siempre lo hizo de la manera más limpia; y a mí me preocupa su manera de ser: recibió el país con una guerra interna y casi nos lo entrega con tres guerras externas. Le faltó tiempo. Pero es bueno aclarar algo: no soy por principio enemigo de la reelección. No estaba con él. Sin embargo me parecía lógico que Uribe se reeligiera, si lo hacía de una manera legal. Chávez lleva trece en Venezuela, siempre elegido por el pueblo. No me parece ninguna atrocidad. 

C.O.T.- Usted aseguró que “tal vez nos será dado asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología” ¿Exageración literaria o realidad política?
W.O.- Admitamos que toda mitología es, de alguna manera, una exageración literaria. Yo no estoy llevando a Chávez a la mitología, es el pueblo venezolano quien lo está haciendo. El mismo día en que se publicó mi columna, el país de España tituló: “El mito de Chávez llena su vacío”. Declarar que alguien ingresa a la mitología, a la humilde, pintoresca, conmovedora mitología latinoamericana, no significa alabarlo ni censurarlo, absolverlo ni condenarlo, significa reconocer el peso de su presencia en el imaginario colectivo. Hablé de Eva Perón, de Pedro Páramo, de Frida Kahlo. Chávez no pertenece a la historieta sino a la historia latinoamericana, y podría con su muerte entrar en esa mitología de los altares callejeros, con José Gregorio Hernández, con la Santa Muerte, con el Che Guevara, con José Alfredo Jiménez. Una mitología a la que no entrarán Uribe ni Menem ni el gerente X.

C.O.T.-  ¿Es consciente de la reacción que puede generar su posición en una Colombia como la de hoy, invadida de venezolanos que se sintieron obligados a salir de su patria por lo que ellos consideran como abusos del chavismo?
W.O.- Por usted me entero de que Colombia está invadida de venezolanos. Lo que sabía es, más bien, que Venezuela está llena de colombianos desde hace muchos años. No creo que estén desterrando a los venezolanos. Conozco gente allá, intelectuales, artistas, empresarios, que están a favor y que están en contra del chavismo, porque toda política tiene partidarios y adversarios. Aquí es común estar contra Chávez, y en cambio resulta escandaloso sentir respeto por ese proceso popular. Hay quienes me han dicho que soy muy valiente por decir que me parece interesante y respetable. Es como si fuera obligatorio estar en contra. Allá hay una gran polarización, pero no la violencia política que a menudo se ensaña con Colombia. 

C.O.T.- ¿Preferiría usted para Colombia un tipo de gobierno como el de Cuba o el de Venezuela?
W.O.-    Creo que Cuba ha buscado su camino aunque le haya sido difícil encontrarlo. Venezuela ha hecho el suyo y ninguno de ellos sirve para Colombia que tiene que buscar el propio. Para ello, tiene que hacer un esfuerzo de reflexión sobre su historia y cultura para poder construir una sociedad más reconciliada y feliz. No sé si en Venezuela están gobernando bien o mal. Sé que el pueblo está con Chávez, y eso, en un continente tan cruel con los pobres, es notable. 

C.O.T.- En definitiva, usted es un doctrinario del chavismo…
W.O.- Yo no tengo doctrinas: creo que es de elemental justicia estar con la gente humilde. Los ricos tienen con qué defenderse, saben hacerlo, y saben poner el grito en el cielo cuando algo los afecta. Colombia en cambio es un pozo de dolor casi sin límites para la gente que no tiene cómo quejarse, ni oponerse. Y se sabe mucho más lo que les pasa a los ricos que lo que les pasa a los pobres.

C.O.T.- Cito la frase del comentario : “los gobiernos de Estados Unidos, que compraron la Florida y se robaron a México, que se apoderaron de Puerto Rico y separaron a Panamá, se habrían anexionado con gusto la hermosa isla de Cuba...”  ¿Se declara antiyanqui?
W.O.- A mí me asombran los Estados Unidos, aprecio enormemente su literatura, sus artes, y conozco hasta cierto punto su historia. Es un país grandioso, pero otra cosa son sus gobiernos. Nadie puede decir que estoy mintiendo y ni siquiera exagerando: compraron la Florida, se robaron a México, se apoderaron de Puerto Rico y separaron a Panamá. La lista es harto incompleta. Decir la verdad no equivale a odio alguno. El odio es una operación sentimental y lo que digo es un catálogo de hechos que todo el mundo conoce. Si queremos hablar de cosas positivas, también se puede: le ayudaron a Europa a acabar con el nazismo, son la patria de Poe, de Faulkner, de Franklin y de Steve Jobs.

C.O.T.- En todo caso, su descripción sobre ese país cuando afirma que “la mejor manera de admirar, de respetar y honrar a los Estados Unidos, es temerles... Para ellos somos otro mundo: materias primas, selva elemental, inmigrantes…” ¿No corresponde más a las posición de un político de extremas que a la de un intelectual?
W.O.- Temer no es extremismo, es un asunto de sensibilidad.  Los respeto y los honro. He escrito sobre Whitman, sobre Eliot, sobre Emily Dickinson. Hace poco publiqué en este diario un cuento, no sé si bueno pero conmovido, sobre la muerte de Ray Bradbury. Y pocos objetos me parecen tan bellos como los Buick de los años cincuenta. Pero una cosa es la cultura admirable y otra, la política tortuosa. 

C.O.T.- Su posición ideológica, moralmente impecable, es, de otra parte, discutible por las consecuencias políticas que puede tener un una revolución como la chavista. Los numerosos venezolanos que evidentemente  han salido de su país, dicen que fueron despojados ¿Cree que merecían esa suerte por tener medios de fortuna? 
W.O.- Creo en la posibilidad de construir una sociedad más equitativa y también entiendo que debe haber mucha gente que se siente lesionada por los cambios estructurales que ha vivido Venezuela. 

C.O.T.- Siendo usted uno de los escritores más destacados de una generación posterior a la de García Márquez y otros del “boom” latinoamericano que fueron castristas ¿estaría fuera del siglo XXI que sería de una izquierda moderada y moderna?
W.O.- Admiro unas cosas de Fidel Castro pero no me interesa ser castrista. Tampoco me interesa ser chavista. Cuando estuve en desacuerdo con lo que hacía éste, no vacilé en escribirle una carta pública que circula todavía en internet. Ahora bien, ¿quién decide quiénes pertenecemos al siglo XXI y quiénes no? Eso de una izquierda moderada y moderna suena a algo elegante y decorativo. Prefiero pertenecer a los radicales del siglo XIX que a los floreros del siglo XXI.

C.O.T.- ¿Este siglo con sus símbolos ¿le parece más superficial y menos respetable que los anteriores?
W.O.- No. Me parece que este siglo tiene nuevos desafíos y que no puede compararse con los del pasado. Por ejemplo, veo en el viejo marxismo muchas limitaciones. Esta es una era en la que hay que pensar en la defensa del planeta, de los recursos naturales y en la conservación y cuidado del agua, el oxígeno, las selvas, etc. Entre sus nuevos desafíos están, por ejemplo, la lucha por el afecto y la solidaridad pero sigue siendo tan defectuosa como las del pasado. 

C.O.T.- Otros escritores y laureados novelistas que pertenecieron a la edad de la admiración a Fidel Castro y que después se arrepintieron, llaman a quienes están en su orilla “idiotas útiles del comunismo” ¿Qué opina de este calificativo y de los que así se oponen a Chávez y Castro?
W.O.- Tengo por costumbre no insultar. Respetar a los adversarios engrandece las propias opiniones. En cambio el que disminuye al adversario, disminuye la importancia de su propia opinión  ¿Qué gracia tendría tener la razón contra unos necios? lo grande es tener la razón contra gente seria, brillante, pero equivocada.

C.O.T.- ¿Lo han criticado, insultado o amenazado por su columna?
W.O.- Tengo muy buenos lectores. Cuando no están de acuerdo se burlan, y a veces hasta me hacen avergonzar. Pero nunca me han amenazado.

C.O.T.- En las redes sociales y en los foros virtuales de los periódicos, muchos participantes suelen ser agresivos e insultantes cuando no están de acuerdo con la opinión del columnista ¿cuál fue la reacción a su columna “A las puertas de la mitología”?
W.O.- Recuerdo opiniones positivas, algunas muy valiosas, en las que algunos lectores llegaron a decir que aunque no compartían mi opinión,  mis afirmaciones los hacían meditar sobre el tema. En general, nunca he tenido la sensación de que mis artículos produzcan insultos. Desde luego, no faltan los comentarios altisonantes pero los mensajes, repito, suelen ser, más bien, reflexivos.

 C.O.T.- ¿Conoció personalmente a Hugo Chávez? ¿Cuántas veces estuvo con él y por qué?
W.O.- Lo vi una vez a la distancia dando un discurso. No lo conozco personalmente y nunca he hablado con él. Soy tímido, y la gente tan eficiente y activa me abruma un poco. Recuerdo que, en 2009, aquí dijeron que yo había estado en Venezuela polemizando con Mario Vargas Llosa en defensa de Chávez. Nunca he discutido con Vargas Llosa, aunque me gustaría hacerlo. Creo que el rumor lo echó a andar Teodoro Petkoff, a lo mejor por algún malentendido. Yo andaba en Suiza, trabajando en una obra de teatro con Omar Porras y, después, viajé a España a presentar mi novela El País de la Canela. Allí me sorprendió la noticia del Premio Rómulo Gallegos. Pero ni siquiera con ocasión de ese premio conocí a Chávez.

C.O.T.- Precisamente, uno de sus lectores, antichavista, dijo que usted estaba agradecido tanto con Venezuela como con Cuba por los premios literarios que recibió en esas naciones ¿El vínculo emocional con los gobiernos de estos dos países lo hace ser benévolo y complaciente con ellos?
W.O.- Estoy agradecido con Venezuela por el premio Rómulo Gallegos y con Cuba por el Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada pero ni ando buscando premios ni cambio de opinión por recibirlos. También estoy agradecido con mi país por el Premio nacional de Poesía del 92. Pero el mejor premio posible es que la gente lea los libros, y mis libros son muy bien recibidos. Los gobernantes por lo general no se enteran de los premios literarios.

C.O.T.- ¿Sería activista político en Colombia? 
W.O.- Prefiero la opinión política al activismo, pero siento que está haciendo mucha falta un movimiento democrático civilizado y culto en este país. Entre los políticos y la cultura hay un abismo demasiado grande, y esos abismos condenan a los países a la corrupción, a la miseria, a la violencia y a la barbarie. 

C.O.T.-  ¿En el grupo de intelectuales, artistas y escritores colombianos ¿hay una revitalización de las posiciones socialistas en contraposición de las derechistas de la era Uribe o usted es un rebelde solitario?
W.O.- Yo no me considero un rebelde. Tengo convicciones y me parece que es importante expresarlas. Pienso muy distinto de algunos de mis colegas, que son muy queridos amigos, como Héctor Abad y como Juan Gabriel Vásquez pero me siento capaz de pensar distinto  a ellos y, a la vez, de quererlos mucho.

C.O.T.- Supongo que apoya el proceso de paz con las Farc ¿Qué opina de esa organización, de sus actuaciones como guerrilla y de su posible inclusión en el sistema político colombiano?
W.O.- Ese proceso de paz con la Farc va tan secreto, que a veces temo que hagan la paz y nunca nos enteremos. Esa guerra tiene que terminar, y las guerras terminan con acuerdos. Para ello es importante que dialoguen los poderes y los guerreros. Ellos pueden acallar las armas pero la paz la tiene que construir la sociedad con convivencia, dignidad, solidaridad y con la posibilidad de poder volver a caminar de noche por los montes, tener una memoria compartida: esas cosas que casi nunca entienden los políticos. 

C.O.T.- ¿Qué pasó con su “franja amarilla” y qué fue de ese ensayo que usted escribió hace unos 15 años?
W.O.-  La franja amarilla no fue un movimiento sino un intento de interpretar la realidad del país en el último siglo, y una propuesta para buscar que los sectores ciudadanos que hasta ahora no se han manifestado políticamente, participaran en  la construcción de Colombia.  El nombre “franja amarilla” era una metáfora sobre los colores de la bandera: el rojo y el azul han sido símbolos de los partidos tradicionales. Ahora que han perdido su vigencia, me preguntaba dónde estaba la franja amarilla. Una nueva generación de estudiantes y lectores ha tenido en esa idea, un referente. Ojalá sea productiva.

Apartes del elogio de Ospina a Chávez

“Medios del continente han hecho un gran esfuerzo por convertir a los contradictores de EE.UU. en los grandes equivocados. Lo han intentado con Cuba y recientemente con Venezuela, hasta el punto de que sus elecciones victoriosas son siempre sospechosas. No importa que en Colombia compren votos o arreen electorados bajo promesas o amenazas: esta democracia nunca está bajo sospecha. No importa que los paramilitares produzcan en diez años doscientos mil muertos en masacres bajo todas las formas de atrocidad: la democracia colombiana sigue siendo ejemplar, porque los poderes de la plutocracia siguen al mando. Pero si alguien es enemigo, no de los EE.UU sino de los abusos del imperialismo, eso lo hace reo de indignidad. Uno de esos grandes enemigos del imperialismo es Hugo Chávez. Por ello, aunque nadie pueda atribuirle crímenes como los que manchan las manos de tantos poderes en el mundo, para muchos opinadores y medios es un dictador y un tirano… (porque) ha sido duro con los dueños tradicionales del país y eso no se lo perdonan. Ya se lo perdonarán: cuando adviertan que todo lo que se haga a favor de los pueblos fructifica en sociedades más reconciliadas consigo mismas… Tal vez nos será dado asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología…”.

Mezcla de poesía, prosa y política

William Ospina es uno de los escritores contemporáneos más destacados. Poeta, ensayista y novelista, ha obtenido reconocimiento más allá de las fronteras por su serio trabajo literario, pero también por sus investigaciones históricas lo que lo ha conducido a tomar posiciones políticas no exentas de polémica, como la que asumió en la columna que escribió para El Espectador el domingo pasado y en la cual hace una encendida defensa de Hugo Chávez. Su comentario no habría llamado la atención si no fuera por el valor que requiere ir contra la corriente pública en un país tan derechizado como Colombia.
Cecilia Orozco.- Se rumora que cuando el presidente venezolano fallezca será sepultado en un mausoleo, al lado del de Bolívar. ¿Qué opina de ese acto que pretende instalar en la memoria colectiva a Chávez como un nuevo libertador?
W.O.- Era de esperarse  una decisión así, pero esos actos son simbólicos, sin consecuencias definitivas. Sólo la historia decide dónde reposan para siempre los recuerdos sobre los seres humanos.
C.O.- ¿La vida de Chávez le interesaría para escribir una novela?
W.O.- La literatura requiere cierta perspectiva para abarcar la complejidad de los hechos y la hondura de sus efectos. Es difícil novelar sobre actos tan recientes.


¡LAS SUGERENCIAS DE GUSTAVO! (parte II)

A las puertas de la mitología

Por: William Ospina

Alguna vez le pregunté a García Márquez si no había sido muy difícil ese momento en que buena parte de la intelectualidad latinoamericana rompió con la Revolución cubana, y sólo él y unos pocos siguieron siendo sus amigos.

Gabo no respondió con una teoría sino con algo más visceral: “Para mí, dijo, lo de Cuba fue siempre una cuestión caribe”. A mi parecer, ello quería decir que no se trataba de marxismo o teorías revolucionarias sino de la lucha de un pueblo por su soberanía y su cultura frente al asedio de unos poderes invasores.

Los gobiernos de Estados Unidos, que compraron la Florida y se robaron a México, que se apoderaron de Puerto Rico y separaron a Panamá, se habrían anexionado con gusto la hermosa isla de Cuba si ésta no hubiera sido siempre tan irreductible en su rebeldía y tan firme en su resistencia.
Ya en Martí estaba todo lo que haría de Cuba un país tan celoso de su independencia. García Márquez, que conoce las felonías del “buen vecino” porque desde niño supo de la masacre de las bananeras en la plaza de Ciénaga, comprendió que era vital mantener a raya el afán hegemonista de aquel país que respeta tanto la ley dentro de sus fronteras y la ignora tanto fuera de ellas.

La de América Latina ha sido la historia de esa saludable tensión ante los poderes del norte. Hace poco visité en el norte de México, en Ciudad Juárez, el Museo de la Revolución. Nada me impresionó tanto, más incluso que el cráneo de vaca sobre una mesa bajo la fogosa luz del desierto, que una fotografía donde la sociedad de El Paso, Texas, caballeros con sombrero de copa y damas floridas con trajes ensanchados por miriñaques, presenciaba desde la orilla del río Grande, como en picnic, la lucha al otro lado de la frontera, donde hombres de grandes sombreros y dobles pistolas se alzaban contra la dictadura. La viva imagen de una sociedad del bienestar que se entretiene con el espectáculo de tragedias ajenas, esperando el momento de entrar en acción para beneficiarse de los resultados.
La mejor manera de admirar, de respetar y honrar a los Estados Unidos, es temerles, y no llamarse a engaños sobre ellos. Para ellos somos otro mundo: materias primas, selva elemental, inmigrantes, gobiernos que se sometan y firmen sin demasiadas condiciones los contratos. Y aquí nadie los ama tanto como los que se benefician de esos contratos.

Muchos medios del continente han hecho un gran esfuerzo por convertir a los contradictores de Estados Unidos en los grandes equivocados. Lo han intentado con Cuba y más recientemente con Venezuela, hasta el punto de que sus elecciones victoriosas son elecciones siempre sospechosas. No importa que en Colombia compren votos o arreen electorados bajo promesas o amenazas: esta democracia nunca está bajo sospecha. No importa que los paramilitares produzcan en diez años doscientos mil muertos en masacres bajo todas las formas de atrocidad: la democracia colombiana sigue siendo ejemplar, porque los poderes de la plutocracia siguen al mando. Pero si alguien es enemigo, no de los Estados Unidos sino de los abusos del imperialismo, eso lo hace reo de indignidad.

Uno de esos grandes enemigos del imperialismo es Hugo Chávez. Por ello, aunque nadie pueda atribuirle crímenes como los que manchan las manos de tantos poderes en el mundo, para muchos opinadores y medios es un dictador y un tirano. Yo creo que ha sido un gran hombre, que ha amado a su pueblo, y que ha intentado abrir camino a un poco de justicia en un continente escandalosamente injusto. Para ello ha sido duro con los dueños tradicionales del país y eso no se lo perdonan. Ya se lo perdonarán: cuando adviertan que todo lo que se haga a favor de los pueblos siempre postergados, tarde o temprano fructifica en sociedades más reconciliadas consigo mismas.

Un amigo me decía hace poco que un hombre que se hace reelegir tres veces es enemigo de la libertad. No comparto esa idea restringida de la democracia. La reina Isabel de Inglaterra, que no fue elegida por nadie, lleva sesenta años, es decir, para nosotros, toda la historia universal, como soberana de su tierra, y no veo a nadie protestando contra ese abuso. En Colombia llevamos doscientos años reeligiendo al mismo tipo con caras distintas pero con exactamente la misma política. El único un poco distinto era Álvaro Uribe, sólo porque era un poco peor. Pero el problema no son los hombres sino las ideas que gobiernan, y a Colombia la gobiernan las mismas ideas desde las lunas del siglo XIX, y la consecuencia catastrófica se ve por todas partes.

Si fuera necesario convocar a nuevas elecciones, lo más probable es que las mayorías chavistas sean más grandes aún que en las elecciones pasadas, que ya se celebraron sin su presencia.

Y tal vez nos será dado asistir al paso de Chávez de la historia a la mitología, a la novelesca mitología latinoamericana, de la que forman parte por igual María Lionza y José Gregorio Hernández, Rubén Darío y José Martí, Carlos Gardel y Eva Perón, Martín Fierro y Jorge Eliécer Gaitán, Simón Bolívar y Túpac Amaru, Frida Kahlo y Pablo Neruda, Eloy Alfaro y Salvador Allende, el Che Guevara y Emiliano Zapata, Vargas Vila y Jorge Luis Borges, Benito Juárez y Morazán, Pedro Páramo y Aureliano Buendía.


Una mitología de la que hoy tal vez sólo tenemos vivos a Fidel Castro y a Gabriel García Márquez.

¡LAS SUGERENCIAS DE GUSTAVO! (parte I)

Hace unos días, el Profesor Gustavo Villamizar sugirió la lectura de dos trabajos del  escritor, ensayista y columnista del Diario El Espectador de Colombia William Ospina, el primero trabajo de Ospina llamado "Chávez: una revolución democrática" el segundo titulado "A las puertas de la mitología". 

Una tercera sugerencia que no tiene desperdicio, "Chávez entrará a la mitología de los altares callejeros" trabajo especial para el mismo diario Colombiano, en el que Cecilia Orozco Tascón  entrevista a Ospina para indagar sobre su posición respecto a Chávez y a Fidel como lideres de las dos principales Revoluciones del continente. 

¡Les dejo entonces con LAS SUGERENCIAS DE GUSTAVO!

Chávez: una revolución democrática
Por: William Ospina
Sábado 03 de septiembre de 2013

Estemos de acuerdo o no con el socialismo del siglo XXI, el fallecido presidente de Venezuela se hizo un lugar en la historia política del continente.

La diferencia más visible que puede señalarse entre Hugo Chávez y su admirado Simón Bolívar es esta: que Chávez no tuvo que hacer la guerra para triunfar.

Eso es también lo que diferencia a Chávez de Fidel Castro y del Che Guevara: detrás de esas leyendas hay una historia de guerras y de sangre, y Chávez pudo por suerte asumir el desafío de emprender la transformación de la sociedad, como lo reclamaban hasta los poderosos de todo el continente, recurriendo sólo a los instrumentos de la democracia.

Su única derrota, la del golpe militar que intentó en 1992 contra Carlos Andrés Pérez, se convirtió al final en otra victoria, porque lo salvó de haber llegado al poder, en su impaciencia, por la vía traumática de una ruptura violenta de la institucionalidad. Cuánto no habrá agradecido después que su acceso al poder no hubiera estado manchado por la violencia, sino que hubiera tenido la legitimidad de una elección indiscutible. Aunque sus compañeros habían logrado su objetivo en las provincias, cuando vio que no había podido tomarse el poder central, él mismo dio la orden a todos sus amigos de rendir las armas y les dijo que asumiría toda la responsabilidad del levantamiento.

Fue entonces cuando dejó flotando sobre la sociedad ese “por ahora”, que parecía una confesión de derrota, pero que pronto se convirtió en una promesa. El pueblo venezolano lo eligió una y otra vez, para desesperación de sus opositores, que nunca entendieron que la única manera de enfrentarse a un líder histórico de la importancia de Hugo Chávez, pasaba por hacer un reconocimiento a la verdad y a la justicia de su causa.

Un país riquísimo, cuya riqueza principal pertenece al Estado, es decir, a la comunidad, había visto con asombro cómo unas élites petroleras arrogantes e insensibles se paseaban por el mundo como jeques saudíes mientras el pueblo venezolano se hundía en la pobreza y en el desamparo. Nadie puede negar que esas élites fueron las que educaron al país en la lógica precaria de los subsidios y las que nunca hicieron esfuerzos serios por “sembrar el petróleo”, por convertir la riqueza petrolera en una economía diversa que estimulara el trabajo social y la iniciativa de la comunidad. Después le reclamarían a Chávez no haber hecho plenamente en diez años esa siembra y esa diversificación que ellos no intentaron en 50.

Durante décadas y décadas la pobreza creció en Venezuela, y a diferencia de Bogotá o de Buenos Aires, donde es posible mantener la dilatada pobreza oculta a los ojos de los visitantes, Caracas vio surgir en sus cerros las barriadas de los desposeídos, las rancherías que contrastaban con la innegable opulencia petrolera.

Ya en 1989, la pobreza de las muchedumbres se había convertido en desesperación y Chávez cosechó lo que los poderes venezolanos habían sembrado: la indignación del pueblo, la inconformidad, el ahogado espíritu de rebelión al que él le supo dar finalmente su lenguaje y su rumbo.

Ahora se quejan de la supuesta falta de modales de este líder seductor e impulsivo, un hombre de origen humilde que no simulaba aristocracia, que decía lo que sentía como le gusta al pueblo que se diga: con un lenguaje llano y directo, desafiante y a veces peligrosamente sincero. Yo dudo que haya habido en Latinoamérica un político más surgido de la entraña del pueblo, más parecido a las hondas sabidurías, las malicias, las travesuras y las valentías del alma popular.

Una de las muchas cosas que demostró es que se podía hablar de los grandes asuntos de la economía y de la política en un lenguaje sencillo. Se ha vuelto costumbre entre nosotros que los jóvenes egresados de Harvard y de Oxford que manejan los asuntos públicos utilicen para hablar de economía una jerga de iniciados que hace sentir a todos los demás incapaces de acceder a los arcanos de esa ciencia imposible. Es un evidente mecanismo de exclusión, algo para alejar a los profanos; por eso, de las manos de esos ministros eruditos brotan a menudo los colapsos financieros, los “corralitos” que hunden a países enteros en la ruina, y la tolerancia de robos descarados como los de DMG en Colombia, que estafaron a cientos de miles de personas sin que ningún perfumado experto viniera a explicarle al pueblo y a las clases medias que estaban cayendo, con el beneplácito del poder, en las redes de unos asaltantes cínicos.

La economía, de la que depende el bienestar de millones y millones de personas, no puede ser una ciencia abstrusa e inextricable, y esa farsa descarada es apenas un mecanismo para mantener a los pueblos lejos de la posibilidad de entender los procesos y de juzgar los resultados.

Con unas cuantas alianzas internacionales, y una reducción de la oferta, Chávez logró que los precios del petróleo alcanzaran cifras asombrosas y tuvo de repente en sus manos unos recursos incalculables para echar a andar su proyecto. El primer reclamo que se hizo a su política fue que hubiera dedicado recursos del petróleo a ayudar a los países vecinos y a conseguir aliados en el mundo. Pero a comienzos de los años 70 un ilustre antecesor de Hugo Chávez, Salvador Allende, intentó también transformar su sociedad sin recurrir a la violencia, confiando en el respeto a las instituciones que proclamaba y exigía el gobierno norteamericano y que juraban con firmeza los ejércitos y los potentados. Cuando vieron que Allende intentaba transformaciones reales, el famoso respeto por la institucionalidad que predicaban el imperio y sus adláteres se fue al piso, y una conspiración criminal acabó con Allende, con sus sueños y con la fe en la democracia de toda una generación. Las guerrillas arreciaron por todas partes, el ejemplo de Pinochet fue seguido por militares de varios países, y una noche de sables y de crímenes, que todavía tiene sentados en los estrados a esos viejos generales genocidas, fue el precio que Latinoamérica pagó por la interrupción del proceso democrático chileno.

De todos los procesos políticos y culturales que necesitaba vivir América Latina, ninguno es más importante que la incorporación de los pueblos a la leyenda nacional. La deformación colonial, prolongada por una tradición de castas señoriales que borró a los pueblos indígenas, sus lenguas, sus memorias y sus mitologías; que después de liberar a los esclavos no se esforzó por construir un proyecto de integración social, de educación, de salud y de incorporación a un relato de los orígenes; y que postró a los pobres en la inermidad y la exclusión, exigía en todas partes una gran reforma que devolviera a los pueblos el protagonismo, liberando su iniciativa histórica.

Esa fue la tarea que parcialmente cumplieron la Reforma de Benito Juárez y la Revolución de Villa y de Zapata en México, los gobiernos de Roca e Irigoyen y el movimiento peronista en Argentina, el movimiento de Eloy Alfaro en Ecuador y la rebelión de los mineros de Bolivia en 1952. También la lograron los primeros tiempos de la Revolución cubana, antes de que el bloqueo norteamericano forzara al Estado a imponer restricciones de guerra. Darle su lugar al pueblo en la historia es algo que sólo se logra con respeto verdadero, con oportunidades, con valores, con cohesión social, y fortaleciendo la dignidad de quienes, si no se les permite ser ciudadanos plenos, tienen que terminar convirtiéndose en parias o en verdugos.

Cuánto habría ganado Colombia si le hubiera permitido llegar al poder hace 65 años a Jorge Eliécer Gaitán. Los 300 mil muertos de la violencia de los años 50, y los 500 mil muertos del resto del siglo, atribuibles por igual a las guerras, la violencia, la pobreza y el desamparo social, la delincuencia, la proliferación de las guerrillas y la industria del secuestro, el crecimiento de las mafias, el desmonte de la estructura institucional, la pérdida de sentido patriótico de las élites empresariales y la creciente corrupción política, el paramilitarismo, la juventud arrojada a las guerras de supervivencia, y la caída de muchos militares en la tentación del crimen y la riqueza fácil, todas esas cosas se habrían conjurado con la incorporación del pueblo a la leyenda nacional, que era el sentido profundo del proyecto gaitanista, con la restauración moral que reclamaba su oratoria enfática y pacífica. De todo eso posiblemente salvará el pacifismo chavista a Venezuela, y hasta los que lo odian se lo agradecerán algún día: de vivir en un país como Colombia, donde las carreteras llegaron a convertirse por momentos en caminos sin retorno, y donde en los meses de enero y febrero de 2013 ya llevamos contados más de mil desaparecidos.

Chávez creyó en la democracia. Entendió que no iba a recurrir a las armas, pero que su proceso no se abriría camino si caía en la ilusión de ser, en tiempos imparables de globalización, una aventura encerrada en las fronteras de su país. Se inspiraba en Bolívar, quien nunca aceptó esa idea estrecha de unos paisitos incomunicados, y siempre predicó el ideal de la solidaridad y la construcción de una patria continental.

Los magnates de cada país saben ejercer su derecho a la universalidad, el derecho absoluto de cruzar las fronteras con sus capitales, pero miran con recelo la solidaridad de los pueblos. Las fronteras están cerradas para todo el que no forme parte del mercado financiero. Chávez conocía suficiente geografía e historia para tener una idea de geopolítica más amplia y audaz que la de los gobiernos sujetos sólo a las órdenes del gran capital. Fortalecer a la América Latina era su única forma legítima y eficaz de fortalecer a Venezuela, y en esa medida no hacía más que aceptar las reglas de juego de la globalización, que tanto nos predican como un deber inexorable mientras no pretendamos beneficiarnos de ellas.

A la sombra de Chávez, que tenía más poder de forcejeo en el escenario internacional, y menos obligación de respetar el protocolo, varios procesos democráticos se abrieron camino en América Latina. Viendo la irreverencia de Chávez, a la vez estudiada y espontánea, resultó menos discutible la lucha de Evo Morales y los indígenas bolivianos, y parecían de seda los gobiernos populares de Lula da Silva y de Rafael Correa, de Néstor y Cristina Kirchner y de Pepe Mujica. Chávez apostaba las cartas mayores, y estaba listo para respaldar a los gobiernos amenazados y a los procesos en peligro.
Coincidió el gobierno de Chávez con el momento de mayor desprestigio del poderío mundial de los Estados Unidos, el momento de mayor caída de su liderazgo democrático y moral en el planeta. Los atentados terroristas de Al Qaeda cambiaron el orden de prioridades del imperio; después de décadas de imposición de políticas imperiales en América Latina, incluida la criminal Escuela de las Américas, que educó en la violación de los derechos humanos a una generación de militares en el continente, los gobiernos norteamericanos abandonaron su interés por la América Latina, se lanzaron en Asia a grandes invasiones militares, a una equivocada lucha contra el terror mediante la estrategia del terror, y se hundieron en la barbarie.

Chávez entendió la importancia de ese momento histórico: América Latina, perdida la tutela del hermano arrogante, podía ingresar de verdad en la era de la globalización y abrirse al mundo. Otras potencias se fortalecían, el dragón chino había despertado, Rusia recuperaba su fuerza. Y si Estados Unidos, Francia, Italia, Inglaterra y España recibían alborozados a Muamar Gadafi y lo dejaban plantar tiendas en sus países, por qué habrían de reprocharle a Chávez que se acercara al gobernante de un país petrolero con quien tenía intereses comunes. Chávez al menos no tuvo la indignidad de abrazar a Gadafi ante las cámaras y bombardearlo cuando se apagaban los reflectores, como lo hicieron los gobiernos de Francia y de Inglaterra. No fue ofendido por él, lo despidió como a un amigo, y no entró a saco en esa Libia en ruinas, como Cameron y Sarkozy, a reclamar el botín del socio abandonado.

Sabía que si a un nuevo Kissinger, o a una envanecida Condoleezza Rice, se le ocurriera aconsejar la invasión de su territorio, la respuesta no sería sólo del pueblo venezolano, sino de Ecuador y Brasil, de Cuba y Nicaragua, de los países antillanos y Bolivia, de Uruguay, Paraguay y Argentina, pero muy posiblemente también de China y Rusia, y de mucha gente que lo respetaba en todo el mundo. Haber garantizado la independencia de su país le permitió hablar con firmeza, de igual a igual, en el escenario mundial.

El estilo de Chávez merece muchos comentarios. Hay una anécdota que sin duda ha de ser apócrifa, pero que a pesar de todo describe muy bien el espíritu de este luchador a la vez pintoresco y profundo, arrebatado y travieso, desafiante y desconcertante. Se decía que una vez, en una de tantas cumbres de gobernantes, esas cumbres de las que él mismo dijo, con un epigrama inolvidable, que “los gobiernos van de cumbre en cumbre y los pueblos de abismo en abismo”, Chávez se encontró con la reina Isabel de Inglaterra y corrió a darle un abrazo. La anécdota añade que los guardias de la reina se interpusieron enseguida, informándole a Chávez que el protocolo inglés no permitía que nadie abrazara a la reina, y que Chávez contestó con una sonrisa: “Sí, pero el protocolo venezolano exige que abracemos a nuestros amigos”. La anécdota, como digo, ha de ser apócrifa, pero el hecho que ilustra es profundo. Lo que quiere decir, en una sociedad hondamente marcada por la supremacía de las metrópolis y por la etiqueta de las potencias, es que en nuestro tiempo un rey y un presidente son poderes exactamente iguales, que el protocolo inglés no puede ser más respetable que el venezolano.

En esa fábula imaginaria está más profundamente expresada que en ninguna otra parte la verdadera importancia de un hombre como Hugo Chávez para la historia latinoamericana: en un continente acostumbrado a sentirse subalterno, a ser un invitado de segunda en el banquete de las naciones, un hombre les recordó a todos que había pasado el tiempo de la supremacía y de las supersticiones de superioridad; que si había llegado el tiempo de la democracia y de la República es porque había llegado el tiempo de los pueblos, y que en el mundo moderno, como lo quiere todo el arte contemporáneo, como lo anuncian la literatura y la pintura desde los tiempos de Shakespeare y de Velázquez, un rey y un campesino tienen la misma dignidad metafísica y estética, un hijo de los llanos de Barinas y una hija de los castillos de Windsor tienen la misma dignidad y el mismo valor, y si son aceptados por sus pueblos como representantes y voceros, no pueden presumir de ningún tipo de jerarquía.

Por fuera de la anécdota, eso fue lo que hizo Chávez a lo largo de todo su gobierno, y a lo mejor a lo largo de toda su vida, y con ello no les dio una lección sólo a los gobiernos de América Latina, sino a cada uno de los ciudadanos de este continente. Como lo había enseñado Bolívar y lo olvidaron sus sucesores, ya estamos en igualdad de condiciones con todos los ciudadanos del mundo, pasó la edad de las diademas, una banda presidencial y una corona son el mismo símbolo, salvo por la diferencia metafísica de que la corona representa el poder de la tradición y la banda el poder del presente: a la corona la sostienen millones de fantasmas y a la banda la tejen millones de voluntades vivientes.

Pero qué gran país es Venezuela; qué alto sentido de respeto por los conciudadanos el de un país que aun en medio de las más borrascosas diferencias de opinión no se hunde en la violencia sectaria y en el baño de sangre que ha caracterizado cíclicamente a algunos de sus vecinos. Venezuela vive hace quince años, no en la polarización, como afirman algunos, sino en la apasionada politización que caracteriza los momentos de grandes transformaciones históricas. Chávez y sus hombres aceptaron llamar revolución al proceso emprendido, pero hay que conceder que el siglo XX dejó la palabra revolución, por generosa, legítima o inevitable que fuera, cargada de bombas y de sangre, de horrores civiles y tragedias imborrables, y en cambio la revolución de Chávez ha consistido en unas decisiones económicas y en unas movilizaciones políticas: no en fusilamientos, ni proscripciones, ni censuras.

Es esto tal vez lo que le da al proceso liderado por Hugo Chávez su magnitud histórica: nadie puede ignorar la importancia de lo que ocurre, nadie puede ignorar la enormidad de los problemas urgentes que ha enfrentado, la enormidad de las soluciones que ha intentado, y sin embargo se ha cumplido en un clima de paz, de respeto por la vida, en el marco de unas instituciones, y atendiendo a altos principios de humanidad y de dignidad.

Los opositores, que son muchos, lo negarán, como es su derecho, y la prensa de oposición en Venezuela, que es casi toda, afirmará que estos tres lustros han sido de persecución y de censura, como lo han dicho a los siete vientos con todos los recursos de la comunicación moderna en estos trece años. Pero los opositores no pueden negar la generosidad de propósitos de este proceso, así como el chavismo no puede negar la civilidad de sus adversarios, en un continente donde ha habido contrarrevoluciones más feroces y sanguinarias que las revoluciones a las que combatían.

Los millones de personas que lloran con el corazón afligido la muerte de su líder, la dimensión planetaria de esta muerte y la enormidad popular de este funeral confirman que estamos ante un hecho histórico de grandes dimensiones. La verdad se conoce: Venezuela es uno de los pocos países del mundo que se han permitido el lujo inesperado de emprender una transformación histórica con el menor costo posible de confrontación y de arbitrariedad.

Finalmente, Chávez bien podría haberle hecho un favor inmenso a la democracia, Chávez podría ser, en América Latina y a comienzos del siglo XXI, el hombre que refutó la teoría de que la violencia es el motor de la historia. Muchos habrán querido forzarlo a la violencia, muchos soñarán aún con intentarlo, pero cuando ya creíamos que era verdad que el Estado existe sólo para garantizar privilegios y para mantener lo establecido, alguien ha venido a demostrarnos que la democracia puede ser un instrumento de transformaciones reales, que abran horizontes de justicia para las sociedades.

Hugo Chávez, con su mirada sonriente de llanero y su sonrisa profunda de hombre del pueblo, bien podría haber hecho algo mucho más profundo y perdurable que inventar el socialismo del siglo XXI: es posible que haya inventado la democracia del siglo XXI.



sábado, 5 de marzo de 2016

Seguiremos Venciendo Padre. Por Walther Sierra

Hoy hace cinco años nuestro padre Chávez se hizo eterno; lo lloré como a nadie y hoy su ejemplo es guía, es la guía de esté pueblo. Hace cinco años nuestro padre se hizo eterno...

¡Seguiremos venciendo padre!
Walther Sierra.

Pasarán los años,
algún día llegará el ocaso
y cuando el sol se oculte para siempre,
muchos nos habrán oído decir:

"Yo vengo de los tiempos de Chávez,
del hombre que amó a su pueblo
por sobre todas las cosas,
ese mismo que con la luz de las letras, 
enseñando a leer y a escribir 
sacó de la oscurana y la ignorancia a millones.
del hombre que al igual que Jesús,
el de Nazaret,
ayudó a los enfermos 
y dio salud a los más desfavorecidos,
ese mismo que dio techo y pan 
a quienes no lo tenían.

Yo vengo de los tiempos de Chávez,
el que dignificó a los abuelos, a los niños
y también a quienes la vida premió
con alguna diversidad funcional
para hacerlos mas fuertes.
El que cantaba corridos y bailaba joropo
y así nos enseñó a amar 
nuestra música y nuestra cultura...
El que jugando béisbol, 
nos enseñó a ver la gloria en el deporte 
y nos convirtió en generación de oro...

Yo vengo de los tiempos de Chávez, 
del hombre que se hizo pueblo,
ese mismo Chávez que se hizo gigante.
Éramos jóvenes, 
se hizo nuestro padre
y nosotros somos sus hijos,
somos parte de esa casta 
que creció unida,
de lucha en lucha, 
de batalla en batalla,
de victoria en victoria..."

Mientras el ocaso llega,
seguiremos avanzando sobre 
los pasos del padre Chávez,
seguiremos en el combate por la vida, 
seguiremos luchando 
por la libertad de los pueblos, 
seguiremos siendo pregoneros 
de la paz y del amor.

Mientras el ocaso llega,
seguiremos el legado de ese hombre,
el gigante que fue nuestro Padre,
el mismo que con su palabra
y con su ejemplo,
forjó nuestros espíritus y corazones
como se forja el acero de las espadas!
El que nos dejó la firmeza de sus ideas
y nos enseñó a entregarlo todo
con el más profundo y absoluto amor al pueblo.

Mientras el ocaso llega,
seguiremos tu mandato, 
unidos, luchando junto al pueblo
desde cada trinchera, 
remontando colinas,
combatiendo en cada batalla 
hasta tener la victoria...

Unidad, lucha, batalla y victoria! 
Seguiremos venciendo padre!

Walther Sierra

07/03/2013 2:35am...

miércoles, 2 de marzo de 2016

CARTA PÚBLICA AL PROFESOR GIORDANI. POR IRIS VARELA

CARTA PÚBLICA AL PROFESOR GIORDANI.
POR IRIS VARELA

Conocí al Profesor Jorge Giordani empezando mi activismo político en el MBR-200, tal vez él no lo recuerde, dado que para entonces yo tenía el privilegio de ser una muchacha de poco más de 20 años y solemne desconocida de la política nacional.

Siempre he sentido un profundo respeto por todas las personas, especialmente por aquellas que se sumaron al llamado hecho por el Comandante Chávez cuando irrumpió contra la arruinada Venezuela de la década de los 90, la Venezuela de los excluidos, de los desaparecidos, de los maltratados y torturados; de los Juan Bimba y de los pata en el suelo; de los desdentados; de los bachilleres sin cupo, de los niños sin escuela, de los indios, negros y discapacitados, ignorados e invisibilizados hasta entonces por una élite corrupta, enriquecida groseramente al amparo de las grandes contrataciones públicas otorgadas a sus entornos familiares e íntimos (ejemplos sobran). La misma Venezuela que 3 años antes de Chávez, ya había dicho Basta y se lanzó a las calles el 27 y 28 de febrero del 1989.

No me sorprendió el Giordani incólume en el Palacio de Miraflores el 11 de Abril de 2002, cuando luego de múltiples intentos de la derecha con el apoyo internacional que nunca les ha faltado, lograron consumar el Golpe de Estado contra el Comandante. No puedo olvidar sus expresiones, menos aún aquella frase inmortalizada en el documental "La revolución no será transmitida" donde sentencia: "Esta es la victoria de la muerte". No llevo la cuenta de cuánto tiempo exacto duró Giordani desempeñándose como uno de los más importantes Ministros de nuestro Comandante Supremo, lo que si se, es que ese tiempo fue más largo que el de Nicolás Maduro como Canciller, ya que para entonces (Abril 2002) Maduro era, al igual que esta servidora, un Diputado de la Asamblea Nacional.

A mi llegada al Gabinete exactamente el 26 de Julio de 2011, sentía un gran orgullo compartir espacios de trabajo con tan notable e importante personaje del acontecer político y económico nacional. Ya comenzaba a evidenciarse la articulación y arremetida del poder económico desplazado con la llegada de Hugo Chávez al Poder, contra las políticas sociales del Gobierno Nacional, insostenibles si no se cuenta con ingresos, inviables si no es un gobierno revolucionario quien dirija los destinos de la nación.

Esa arremetida contra las políticas sociales del gobierno nacional, las sentí impactando especialmente en la tarea que me ocupa. Recuerdo las constantes advertencias de Giordani sobre la carencia de recursos, las dificultades para presentarle la solicitud de un crédito adicional ya que sin su visto bueno, eso no llegaría al despacho del Presidente y las recomendaciones de ejecutar nuestras funciones con políticas de austeridad.

Soy protagonista y testigo del esfuerzo de "todo" el gabinete del Presidente Chávez, en cumplir con las recomendaciones del Profesor Jorge Giordani; así como también soy protagonista y testigo de los frutos de ese esfuerzo colectivo, que le han puesto un signo a una política revolucionaria que ha caracterizado el Gobierno de nuestro Presidente Obrero Nicolás Maduro y que distingue todo punto de cuenta en la aprobación de recursos a las carteras ministeriales cuando de su puño y letra nuestro Presidente Maduro nos pide: "hacer más con menos".

Por estas razones y otras de orden político y personal, no puedo entender al Profesor y revolucionario Jorge Giordani, salir hoy, cuando nuestro proceso está siendo duramente golpeado por el poder económico nacional e internacional a erigirse como vocero de la oposición que bien repudió cuando esa oposición vitoreaba la muerte el 11 de abril y que continúa hoy vitoreando la muerte porque es un intento que no ha cesado.

Giordani, camarada: esa "Victoria de la Muerte" que repudiaste el 11 de abril de 2002, continuó sus andanzas con el paro petrolero de finales de ese año y principios de 2003; se manifestó en las guarimbas de 2004; llegó a tu casa y a tus espacios académicos y laborales a pretender lincharte por el delito de haber acompañado a Chávez y por permitirte no pensar como ellos; negó 18 veces y más el triunfo del pueblo en múltiples elecciones; se regocijaron con la muerte de nuestro Comandante; se llenó de arrechera y murieron 14 personas, continúa con su danza fúnebre y ciegan la vida de 43 personas, dejando heridas a más de 800.

Confieso que hago un esfuerzo por entender el por qué ahora, en medio de las dificultades, cuando debe ser el momento justo y necesario de la unión de los revolucionarios y patriotas para cortarle el paso a la derecha fascista, sales precisamente tú, Profesor y te conviertes en el paladín de las hienas que nos han acechado desde el mismo día en que un osado Comandante zambo y con verruga, de origen humilde y con olor a pueblo, llegó al Palacio de Miraflores.
Quiero creer que jamás ha sido tu intención servirle al enemigo de la patria, pero recuerdo cuando dijiste una vez que "a tu edad podías permitirte decir ciertas cosas", en realidad a tu edad, a la mía o a la edad de las generaciones que vienen detrás, sencillamente un revolucionario echa la palabra, como decía Alí, pero no se deja coger por el enemigo y menos para ser utilizado por éste.

Ciertamente yo no soy economista, pero si una revolucionaria que está dispuesta a dar su vida por la defensa de mi Patria y de nuestro proceso, en consecuencia quisiera una explicación clara, sencilla, convincente y oportuna de un revolucionario que duró algunos años al frente de las políticas económicas impulsadas por la revolución bolivariana y cuyas recomendaciones hemos cumplido al pie de la letra. ¿Por qué ahora esas políticas sociales no sirven? ¿No tiene ningún efecto en las políticas sociales la baja de los precios del petróleo? ¿Cómo ha podido hacer el gobierno de Maduro para mantener las políticas sociales en medio de esta arremetida? ¿Cómo ha incidido dólar today, ó el fracking; el acaparamiento, la especulación, el bachaqueo; el financiamiento internacional a grupos terroristas en nuestra economía?. ¿Cómo puede un revolucionario poner en entredicho el impacto de la arremetida golpista nacional e internacional contra nuestra economía buscando tumbar el gobierno, observar que las hienas en contraprestación le otorgan su buen centimetraje de prensa y no reflexionar al respecto?

Querido Profesor, Siguiendo la Agenda Económica Bolivariana, impulsamos y creemos en la economía productiva, ¿No merece ninguna consideración de su parte el titánico esfuerzo de nuestro Presidente en medio de esta vorágine en convertir nuestra economía rentista, esa que Ud. dirigió varios años, en una economía productiva a través de la siembra y de la producción nacional, pasando por la sustitución de importaciones?

Le digo, querido profesor, que las políticas económicas que adelanta Nicolás Maduro para este momento histórico darán su resultado tal como lo ha planificado nuestro Presidente batallador, veremos los resultados a corto, mediano y largo plazo. Lo que no se logró por múltiples factores, con barril de petróleo a 100 dólares y con Ud. al frente de la Política Económica, administrando cada dólar que ingresaba a nuestras arcas públicas, lo logrará Maduro obrero y chofer, para beneficio de nuestro pueblo con el nuevo modelo económico productivo que impulsa a través de 14 motores y no tengo dudas al respecto.

Fue muy fácil ser revolucionario al lado de Chávez y con boyantes ingresos petroleros que el mismo Comandante forjó; esos ingresos que están reflejados en educación, salud, viviendas, becas, pensiones, disminución de la miseria y de la pobreza. Obras de vialidad, sistemas de transporte, pago del servicio de la deuda y hasta un nuevo sistema penitenciario que incluye infraestructura y atención integral a cada privado de libertad adulto o adolescente.

En honor a Chávez, los verdaderos revolucionarios se conocerán en esta etapa, donde la derecha fascista, entreguista y terrorista ha alcanzado una posición política que no puede subestimarse.

Con el respeto de siempre.

Iris Varela