domingo, 24 de junio de 2018

A CIEN AÑOS DE CÓRDOBA. Por *Gustavo Villamizar D.

El mes de junio de 1918 marcó el inicio del movimiento estudiantil  que, liderado por la Federación Universitaria de Córdoba, generó la transformación de la universidad latinoamericana de aquel entonces y la proyectó a situaciones futuras marcadas por la derrota del oscurantismo, junto a una muy saludable apertura a las ciencias en su diversidad y a los contenidos y principios humanísticos que abrieron el debate de fondo y auparon la construcción del pensamiento continental.

La ciudad de Córdoba en Argentina, fue el epicentro de aquella irrupción estudiantil deseosa de la transformación y puesta al día del alma mater que reclamaba, igualmente, mayor democracia expresada en la autonomía del pensamiento y el respeto a la diversidad y la disidencia. En el primer manifiesto de tal eclosión libertaria se lee “Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua  dominación monárquica y monástica”. Era definitivamente un movimiento reivindicador de una educación alejada del elitismo y la primacía clerical, abierta al pensamiento universal, a la universalidad, términos estos de los que surge el nombre de la institución.

Entre las conquistas más importantes de aquel movimiento de la juventud estudiosa pueden contarse: la autonomía universitaria  fundamentalmente en el ámbito académico, sustentada en la noción de libertad de cátedra, la creación de cátedras paralelas conducidas por profesores de diversas concepciones en asignaturas o áreas de honda divergencia y polémica, el surgimiento de la figura del concurso público para la escogencia de profesores, el establecimiento del escalafón  para los ascensos en la carrera académica, así como  la participación estudiantil en la escogencia de profesores y autoridades universitarias, las cuales inspiraron las luchas por otras reivindicaciones logradas posteriormente.

Aquel movimiento se extendió en los años posteriores por todo el continente, expresados en el congreso de estudiantes peruanos en Cuzco en 1920, ampliado  en la creación de las universidades populares González Prada, producto de la alianza obrero-estudiantil,  en el congreso de 1922, las luchas del estudiantado en Chile en 1922, las de Cuba en 1923 y no cabe duda de que aquellos aires insuflaron la rebelión estudiantil de 1928 en Venezuela, contra el régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez.

Los cien años de aquellos esclarecidos días de la gesta juvenil de Córdoba, debieron ser una magnífica ocasión para revisar, confrontar y debatir la circunstancia  actual y futura de la institución universitaria sumida en la oscurana, la cual muestra su hondura en el propio olvido de esta celebración.  Sin embargo, se está a tiempo y la urgencia apremia. La universidad debe, en lo posible a partir de su propia iniciativa, invocando sus reservas morales y científicas, reafirmar su razón de ser como fiel exponente de la universalidad del pensamiento, centro donde se venere el saber universal, la producción del conocimiento, su búsqueda  y difusión, como sustento fundamental de la formación basada en el discernimiento, la razón, la  ética inquebrantable y el servicio a la patria.

Nuestra universidad debe ser luz tanto en el saber y la ciencia como en su amor al país y la responsabilidad que ello compromete en la actuación apegada a una amplia vida democrática interna, la convivencia en el cultivo de la pluralidad, el libre juego de ideas, el respeto a la disidencia, la estimulación del debate,  la confrontación de saberes y verdades con la más absoluta consideración a la condición humana,  la preeminencia de la investigación y la creación del conocimiento en el ejercicio docente, a la par de una transparente y pulcra administración de sus recursos.         

*Profesor Jubilado de la Universidad de Los Andes, Núcleo Táchira.

gusvillam@gmail.com
@GusvillamD

lunes, 11 de junio de 2018

Elena

Por Walther Sierra

Elena llegó de Colombia con sus muchachos a cuesta, llegó por allá en los años 50 o en los 60, no sé. Pero de lo que sí estoy seguro, es que llegó huyendo.

Elena vino huyendo del hambre, de la miseria, de la violencia y de la guerra. Salió prácticamente con lo que tenía encima, sus muchachos y tres chiros metidos en una bolsa, o en un costal, o en una caja, quien sabe.

Elena era la vecina del frente, una abuela bonachona, india cobriza, de cabellos largos siempre trenzados, buena moza, llena de cariño y siempre con un cuento y una sonrisa. Elena llenó mi infancia de historias, de cuentos, de aventuras, de sus peripecias allá y aquí, de sus sufrimientos que bien sabía disfrazar con humor y una carcajada.

"...Cuando me vine caminé mucho, con los muchachitos a la pata atrevesamos caminos, potreros, montañas, quebradas... Cuando ya íbamos a pasar el río (Táchira) me dieron ganas de cagar, y antes de pasar ¡ahí me bajé los calzones y cagué! Cuando me levante dije: ¡Adiós Colombia! ¡Está fue la última cagada que eché en Colombia! Y me vine..."

Eso es lo que recuerdo ahora de las muchas historias que Elena contó y que se quedaron en la infancia.

Entre tanto caminar, Elena llegó a este valle, ciudad todavía tímida para entonces pero con la paz que tanto buscaba. Huyendo se fue lo más lejos que pudo y llegó cerca de la montaña. Jodida pero contenta, había que trabajar duro, pero ya no había guerra, ni violencia y poco a poco se fue burlando del hambre y hasta se enamoró otra vez.

Con Elena llegaron muchos que se regaron por todas partes, todos llegaron huyendo de lo mismo. Como Elena, aún siguen llegando, también huyen del hambre, la miseria, la guerra, la muerte, la violencia.

Elena murió tranquila hace unos años, rodeada de su familia. Alguna vez le pregunté si se arrepentía de haber venido, si alguna vez quiso regresar, me dijo que no.

"...No mijo, lo último que dejé en Colombia fue la mierda y esa no se recoge..."

Walther Sierra
@WALTHERSM1
walthersierra@gmail.com

*Foto referencial tomada de internet.
Río Táchira. www.wradio.com

domingo, 10 de junio de 2018

EL CINCO

Por Walther Sierra

A finales de los ochenta - principios de los noventa, ya se consolidaban los urbanismos que transformarían poco a poco, el ambiente campechano y alejado en la parte alta de lo que hoy se conoce como Pueblo Nuevo. 

Una serpenteante carretera, se convertía en la ruta que desde el Sanatorio Antituberculoso, atravesaba los otrora terrenos de algunas familias que se asentaron en esos lados de la ciudad, hasta coronar esa travesía en la pata del cerro, casi llegando a la piedra del jurungo. Tan importante fue esta carretera, que hasta se le llamó “La Avenida Principal”.

A lo largo de esa vía, como tronco que extiende sus ramas fue creciendo “Pueblo Nuevo”, con caseríos que poco a poco se fueron convirtiendo en barriadas populares. Mimetizadas con los barrios, aparecían también nuevas quintas y urbanizaciones, que pretendían configurar un nuevo country club gocho. Country que fue construido, por los obreros del barrio que quedaba justo al lado de la nueva urbanización.

En ese pueblo nuevo, apareció una de las primeras líneas de transporte público de San Cristóbal. Una línea de autobuses, que con sus Blue Bird se movía oronda por la vía principal, para llevar la gente de aquel country rodeado de barrios, al centro de la ciudad y “viceversa”.

De aquella época recuerdo algunos autobuses naranja y muy pocos dueños. Los del gordo Orlando “Vitamina”, los del viejo Abdón Molina y su hijo “Gallina Negra”, “El 11” que manejaba Alírio Useche junto a su eterno colector "Pichirilo", y “El 5”. El 5 de “El Ovejo”, conducido por su hermano, “El Indio”.

Choferes y propietarios eran parte de ese pueblo, casi todos habían sido “nacidos y criados” en esos lados, los apodos eran los del barrio, así los bautizó la gente y así se quedaron. Tanto, que es probable que hasta ellos mismos dudaran al tratar de recordar sus nombres de pila.

De esos pájaros azules pintados de naranja, uno destacaba entre todos los demás. “El 5” de El Ovejo, era sin duda la Vedette de la línea. Imponente, raudo, impecablemente pintado, con una gran corneta de aire, sillones cómodos, fue el primero que utilizó la novedad de los vidrios ahumados y un sistema de sonido que lo convertía literalmente, en una discoteca ambulante.

El 5, era el favorito de los pelaos del barrio para ir al liceo. Desde el día anterior se averiguaba que turno le tocaba a El 5 en la mañana, y si le tocaba un turno entre las 6 y las 6:30, todos lo esperaban y se aprontaban al escuchar la corneta, cuando El Indio despuntaba con el bus en la curva de los Carrero Necker (si, ahí donde vivió aquella vecina que fue secuestrada, pero que nunca conocimos).

“¡Apúrese! ¡Corra que ahí viene El 5!”, era, más que un anuncio o un llamado, una proclama cargada de alegría y emoción, muy común entre los chamos de aquellos barrios de Pueblo Nuevo.

Montarse en El 5 era una fiesta, era garantía de llegar contento al liceo. No importaba la música que pusiera El Indio, lo importante era el desorden y la algarabía de ir cantando todo el camino. Sí, montarse en El 5, era una fiesta. En aquellos primeros años de la última década del siglo, era lo más parecido a viajar en una nave espacial, la envidia de todas líneas y el orgullo de quienes podíamos usarlo todos los días.

El 5 se perdió en el tiempo, no sabemos dónde estará o que quedará de aquel imponente Blue Bird pintado de naranja. Quedó en los recuerdos y en el espíritu de todos los que tuvimos la fortuna de poder llegar al liceo -casi todos los días- viajando y cantando en tremenda nave.

Walther Sierra
@WALTHERSM1
walthersierra@gmail.com

*Foto referencial tomada de internet Autobús de la Línea Pueblo Nuevo.
Autor: Freddy Salas

PENSAMIENTO CRÍTICO EN LA ESCUELA CONSERVADORA

PENSAMIENTO CRÍTICO EN LA ESCUELA CONSERVADORA
Por Gustavo Villamizar D.

En la educación, como en todos los ámbitos de la dinámica social, las incongruencias, las incoherencias, resultan asaz negativas. Sobre todo aquellas en las que se quiere juntar “vinagre y aceite”, intentando conciliar principios y fundamentos en medio de propuestas que procuran maquillar el modelo educativo nacional favoreciendo sin atenuantes el llamado “gatopardismo”, es decir, cambiar en apariencia para que nada cambie. A través de la historia ha sido común y recurrente el discurso de la reforma y la transformación educativa a partir de maquillajes, de cambios de utilería que en nada tocan o comprometen los elementos de fondo del modelo y los procesos educativos. Son las más de las veces, simples cambios en el hacer, la modificación de procedimientos y actividades que no afectan lo sustancial y por el contrario terminan oxigenando modelos agotados y obsoletos.

Digo esto porque en el discurso del Ministro de Educación Elías Jaua, registrado en su programa radial y en declaraciones a los medios de comunicación, insiste y hace mención de los proyectos de transformación educativa puestos en ejecución tanto en la educación primaria como,  en este año escolar en específico, en la media y media técnica. Sin embargo, basta hacer una visita a instituciones escolares y observar las características de sus rutinas y actividades, para advertir, con preocupación que ahora transmito, que no se está haciendo nada  o excepcionalmente, muy poco. El día a día de nuestra escuela transcurre en una rutina predecible y fatigante, totalmente agostadora como la califica la Prof. Aurora Lacueva, toda vez que antes de alentar el aprendizaje, la búsqueda y la alegría de saber, hace lo que el sol de agosto en las siembras, prados y bosques de los países del hemisferio norte. Son jornadas repletas de copias y dictados, con contenidos alejados de los intereses de los discentes, de aburridas consultas a textos escolares obsoletos ante la resistencia a utilizar los de la Colección Bicentenario, de computadoras portátiles –Canaimitas- sin uso o utilizadas sin conexión en una simple sustitución del cuaderno tradicional, con evaluaciones que no superan las respuestas memorizadas a preguntas intrascendentes y paremos de enunciar, en un permanente cultivo del pensamiento único, antagónico del pensamiento crítico a que se aspira. 

No es posible hablar de transformación del modelo educativo si no se procede de verdad y en serio a promover el quiebre del actual, obsoleto e improductivo. Hay que, como lo expresa Eduardo Galeano, poner “patas arriba la Escuela”, desechar las actividades escolares incapaces de atraer a niños y jóvenes a aprender, desterrar los procesos que no activan ni incentivan las funciones superiores de la mente, abandonar la creencia de que solo se aprende en la escuela y acercarse a abrevar en los saberes que por montones circulan fuera de ella, cuya relevancia resulta igual o mayor a  los pocos que se logran en la institución hoy día. Y sobre todo, comprender que ni los docentes ni la escuela poseen todos los saberes que “deben transmitir”, mucho menos en la realidad actual denominada “sociedad del conocimiento”, en la que se reducen a diario los lapsos de vigencia y duplicación del conocimiento universal.

Esta propuesta de subvertir la dinámica escolar no es para acabar con la institución educativa, es por el contrario para salvarla. Se trata de preservarla, garantizar su vigencia,  porque de seguir así pronto perderá su valor primordial en la sociedad. Es tiempo de revisar las nociones de enseñanza como proceso de transmisión, así como del aprendizaje acumulación de saberes inconexos e irrelevantes y experimentar   con el aprendizaje cooperativo, entre todos,  buscándolo dentro y fuera del aula y  la escuela, recurriendo a la tecnología, a libros, revistas y recursos diversos y también  a la experiencia y al saber de personas de la comunidad. Es la hora de superar la limitación del aula y la hora de clase en las que se aprenden “pastillitas” sin relación, para comprometerse con el logro de saberes amplios, profundos, contextualizados, generadores de nuevas interrogantes y renovadas incitaciones a la aventura de despejarlas. Pero sobre todo, hay que contar con la motivación y el entusiasmo de los buenos educadores, que los hay en cantidad.