domingo, 10 de junio de 2018

EL CINCO

Por Walther Sierra

A finales de los ochenta - principios de los noventa, ya se consolidaban los urbanismos que transformarían poco a poco, el ambiente campechano y alejado en la parte alta de lo que hoy se conoce como Pueblo Nuevo. 

Una serpenteante carretera, se convertía en la ruta que desde el Sanatorio Antituberculoso, atravesaba los otrora terrenos de algunas familias que se asentaron en esos lados de la ciudad, hasta coronar esa travesía en la pata del cerro, casi llegando a la piedra del jurungo. Tan importante fue esta carretera, que hasta se le llamó “La Avenida Principal”.

A lo largo de esa vía, como tronco que extiende sus ramas fue creciendo “Pueblo Nuevo”, con caseríos que poco a poco se fueron convirtiendo en barriadas populares. Mimetizadas con los barrios, aparecían también nuevas quintas y urbanizaciones, que pretendían configurar un nuevo country club gocho. Country que fue construido, por los obreros del barrio que quedaba justo al lado de la nueva urbanización.

En ese pueblo nuevo, apareció una de las primeras líneas de transporte público de San Cristóbal. Una línea de autobuses, que con sus Blue Bird se movía oronda por la vía principal, para llevar la gente de aquel country rodeado de barrios, al centro de la ciudad y “viceversa”.

De aquella época recuerdo algunos autobuses naranja y muy pocos dueños. Los del gordo Orlando “Vitamina”, los del viejo Abdón Molina y su hijo “Gallina Negra”, “El 11” que manejaba Alírio Useche junto a su eterno colector "Pichirilo", y “El 5”. El 5 de “El Ovejo”, conducido por su hermano, “El Indio”.

Choferes y propietarios eran parte de ese pueblo, casi todos habían sido “nacidos y criados” en esos lados, los apodos eran los del barrio, así los bautizó la gente y así se quedaron. Tanto, que es probable que hasta ellos mismos dudaran al tratar de recordar sus nombres de pila.

De esos pájaros azules pintados de naranja, uno destacaba entre todos los demás. “El 5” de El Ovejo, era sin duda la Vedette de la línea. Imponente, raudo, impecablemente pintado, con una gran corneta de aire, sillones cómodos, fue el primero que utilizó la novedad de los vidrios ahumados y un sistema de sonido que lo convertía literalmente, en una discoteca ambulante.

El 5, era el favorito de los pelaos del barrio para ir al liceo. Desde el día anterior se averiguaba que turno le tocaba a El 5 en la mañana, y si le tocaba un turno entre las 6 y las 6:30, todos lo esperaban y se aprontaban al escuchar la corneta, cuando El Indio despuntaba con el bus en la curva de los Carrero Necker (si, ahí donde vivió aquella vecina que fue secuestrada, pero que nunca conocimos).

“¡Apúrese! ¡Corra que ahí viene El 5!”, era, más que un anuncio o un llamado, una proclama cargada de alegría y emoción, muy común entre los chamos de aquellos barrios de Pueblo Nuevo.

Montarse en El 5 era una fiesta, era garantía de llegar contento al liceo. No importaba la música que pusiera El Indio, lo importante era el desorden y la algarabía de ir cantando todo el camino. Sí, montarse en El 5, era una fiesta. En aquellos primeros años de la última década del siglo, era lo más parecido a viajar en una nave espacial, la envidia de todas líneas y el orgullo de quienes podíamos usarlo todos los días.

El 5 se perdió en el tiempo, no sabemos dónde estará o que quedará de aquel imponente Blue Bird pintado de naranja. Quedó en los recuerdos y en el espíritu de todos los que tuvimos la fortuna de poder llegar al liceo -casi todos los días- viajando y cantando en tremenda nave.

Walther Sierra
@WALTHERSM1
walthersierra@gmail.com

*Foto referencial tomada de internet Autobús de la Línea Pueblo Nuevo.
Autor: Freddy Salas

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